Dolor no es una palabra agradable. Nos remite a cuestiones que preferiríamos
no recordar o directamente no vivir. Eso para lo que no se está preparado y que
no queremos que nos atraviese.
Toda persona, en mayor o menor medida, ha tenido, tiene y tendrá que atravesar un sin fin de situaciones dolorosas; es parte de la vida. Nadie está exento. No se puede hacer algo para evitarlo. Es lo que ocurre, por ejemplo, frente a la pérdida de un ser querido. Otras veces, el dolor es consecuencia de ciertas decisiones que hemos tomado o de elecciones que hemos hecho (ya entonces no se trata de imponderables).
Pero, sea como sea, cuando nos llega, el dolor es dolor y punto.
La cuestión, entonces, es qué podemos hacer para superarlo (elaborarlo) y seguir adelante. Cómo hacer para no quedar atrapados?. Ésta es una pregunta que los profesionales de la salud mental escuchamos mucho en nuestros consultorios. La gente sufre. Vienen a la consulta porque sufren.
Aunque no hay recetas mágicas, un buen punto para empezar a reflexionar es establecer una línea divisoria entre el dolor que podemos sentir frente a una situación determinada y redoblar la apuesta quedándonos instalados en esa situación doliente. Un buen ejemplo sería, para entender estas dos posiciones, el pensar en una persona que se ha enterado que su pareja le ha sido infiel. Obviamente que la traición la hará sentir dolor. Es desagradable sentirlo pero también es lógico. Ahora si transcurren los días y los meses y la persona todos los días rememora lo sucedido y cae en hacerse un sin fin de preguntas tortuosas (cómo, cuándo, por qué, quién, por qué me pasó a mi, etc), podemos pensar que algo de no querer soltar esa situación dolorosa se está instalando. Como si, sin darnos cuenta (inconcientemente), nos ubicáramos en una posición sufriente.
Si pensamos en esta diferencia que planteo, tal vez se vea una luz en el camino.
El dolor hay que sentirlo. Pero no es necesario arrastrarlo con nosotros cada día por toda nuestra vida. Lo pasado pisado, como se suele decir. Nada de lo que fue puede ser cambiado. Pero la forma de salir está justamente en dejarlo en el pasado y construir para nosotros otro lugar en presente y futuro. Es necesario un cambio de posición subjetiva para salir de la queja y el sufrimiento y atravesarnos a nosotros mismos.
Escribí, en otro artículo, acerca de la resilencia, término que sobrevuela esto que escribo hoy. Resiliencia es la capacidad que tiene una persona para sobreponerse al dolor emocional y continuar con su vida. Inclusive saliendo fortalecido por eso que le ha tocado vivir. Todos tenemos esta capacidad, lo sepamos o no.
Toda persona, en mayor o menor medida, ha tenido, tiene y tendrá que atravesar un sin fin de situaciones dolorosas; es parte de la vida. Nadie está exento. No se puede hacer algo para evitarlo. Es lo que ocurre, por ejemplo, frente a la pérdida de un ser querido. Otras veces, el dolor es consecuencia de ciertas decisiones que hemos tomado o de elecciones que hemos hecho (ya entonces no se trata de imponderables).
Pero, sea como sea, cuando nos llega, el dolor es dolor y punto.
La cuestión, entonces, es qué podemos hacer para superarlo (elaborarlo) y seguir adelante. Cómo hacer para no quedar atrapados?. Ésta es una pregunta que los profesionales de la salud mental escuchamos mucho en nuestros consultorios. La gente sufre. Vienen a la consulta porque sufren.
Aunque no hay recetas mágicas, un buen punto para empezar a reflexionar es establecer una línea divisoria entre el dolor que podemos sentir frente a una situación determinada y redoblar la apuesta quedándonos instalados en esa situación doliente. Un buen ejemplo sería, para entender estas dos posiciones, el pensar en una persona que se ha enterado que su pareja le ha sido infiel. Obviamente que la traición la hará sentir dolor. Es desagradable sentirlo pero también es lógico. Ahora si transcurren los días y los meses y la persona todos los días rememora lo sucedido y cae en hacerse un sin fin de preguntas tortuosas (cómo, cuándo, por qué, quién, por qué me pasó a mi, etc), podemos pensar que algo de no querer soltar esa situación dolorosa se está instalando. Como si, sin darnos cuenta (inconcientemente), nos ubicáramos en una posición sufriente.
Si pensamos en esta diferencia que planteo, tal vez se vea una luz en el camino.
El dolor hay que sentirlo. Pero no es necesario arrastrarlo con nosotros cada día por toda nuestra vida. Lo pasado pisado, como se suele decir. Nada de lo que fue puede ser cambiado. Pero la forma de salir está justamente en dejarlo en el pasado y construir para nosotros otro lugar en presente y futuro. Es necesario un cambio de posición subjetiva para salir de la queja y el sufrimiento y atravesarnos a nosotros mismos.
Escribí, en otro artículo, acerca de la resilencia, término que sobrevuela esto que escribo hoy. Resiliencia es la capacidad que tiene una persona para sobreponerse al dolor emocional y continuar con su vida. Inclusive saliendo fortalecido por eso que le ha tocado vivir. Todos tenemos esta capacidad, lo sepamos o no.
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