Asumido tengo que no todos tienen un buen juicio respecto de
los psicólogos y de hacer terapia. El miedo y el desconocimiento sobre lo que
realmente se puede esperar de la intervención de un profesional, abonan la
“mala fama”. No es casual que alguien diga “no estoy loco” cuando cree no
necesitar ir a terapia o “voy a mi loquero” cuando tiene que asistir a la
consulta.
Entonces, empecemos por el principio. Un psicólogo no es un
consejero, ni un amigo, ni un guía espiritual. No tenemos recetas mágicas.
Somos profesionales de la salud mental preparados para darle a cada individuo
(cada uno es un caso particular) las herramientas que necesita para poder
entender lo que le pasa y producir los cambios que necesite como para poder
sentirse feliz. No es el psicólogo quien tiene las respuestas o sabe lo que le
pasa a una persona. Es justamente el paciente, dueño de sus miedos, sus
sufrimientos, su historia, sus deseos, sus frustraciones…y de las respuestas
que necesita encontrar en si mismo. Somos “facilitadores”. Ayudamos a que cada
quien se escuche, se entienda, se conozca, se reconozca.
Y, lo más importante, hacer una consulta con un psicólogo no
es un hobby. Quien consulta lo hace porque sufre, porque puede reconocer que no
tiene el control de su vida, porque no se siente feliz, porque siente que
siempre vuelve al mismo punto, etc (hay tantos motivos casi como personas). El
sufrimiento se puede expresar de diferentes maneras, física o psicológicamente.
Dolor, angustia, ansiedad, miedos, somatizaciones, vergüenza.
Respecto al método, todo se basa en la palabra. Decir sobre
lo que sentimos, lo que nos duele, lo que queremos. Hablarnos, descubrirnos,
animarnos, reconocernos, aceptarnos. Ir escribiendo, a través del discurso,
nuestra propia historia en los 3 tiempos: pasado, presente y futuro.