Adicción, dependencia, uso y abuso.
Haciendo uso de algo externo sentir la capacidad de hacer frente a lo que no podemos decir ni enfrentar; ESO temido. Negar. Sentir que tenemos la capacidad de alejarnos afectivamente del dolor.
Aparece así un “volar a otro mundo”: las drogas (legales e ilegales) son el vehículo para el intento de escaparse de una realidad intolerable.
El “viaje” luego de una dosis, tomar alcohol para desinhibirnos. No alcanza con lo que podemos dar o enfrentar si no es gracias a una sustancia.
En tanto ficción que sólo se encuentra en una “dosis de algo” (y que lamentablemente hay que ir incrementando), cuando cae el telón aparece el pasaje de la euforia a la depresión (que reenvía a una nueva dosis) y siempre ese fondo de aislamiento y despersonalización. Ficción efímera de tener y poder. Coraje que se desvanece.
El vínculo entre adicciones y adolescencia siempre ha sido muy marcado debido a que, frente al vacío del adolescente cuya identidad está en construcción y los diferentes duelos que debe atravesar hasta llegar a la meta de la etapa adulta, la droga pareciera darle refugio y una seudo pertenencia (a un grupo); al tiempo que es un escapismo al dolor de existir. Junto con estos aspectos psicológicos encontramos los fenómenos económicos, sociales y culturales que, lamentablemente, influyen de manera negativa en la consolidación de valores y proyectos. Desvalorización del trabajo y del estudio como modo de alcanzar ciertas metas, imposibilidad de proyectar a futuro, valorización de aspectos superficiales relacionados con la imagen y la cultura light-express, etc.
Las drogas roban las motivaciones y aspiraciones. Los sumerge en un presente continuo. No hay pasado ni futuro. El impacto que tienen en el cerebro, el sistema de recompensa cerebral y en todo el Sistema Nervioso Central es irreversible. El daño en el lóbulo frontal, que es el regulador de la experiencia y sede de lo moral y la compasión en los seres humanos, hace que se degrade paulatinamente todo resto de civilización y humanidad y por ese motivo el adicto queda vinculado siempre a distintos tipos de actividades ilícitas. Se vuelven fríos, amorales y actúan con mucho sadismo.
Las características principales de la persona adicta son:
Apatía – falta de interés en absolutamente todo lo que no sea la droga.
Inexpresión – “estar duros”, mirada perdida.
Anhedonia – no sienten placer más que con las drogas.
Adinamia – no tienen energía si no es a través de una sustancia química.
Somos seres de palabra. El adicto está en estado permanente de dependencia a algo que lo aleja de la posibilidad de decir respecto inclusive a su sufrimiento. Decir civilizadamente y comprometernos desde el discurso y con la palabra es lo que nos diferencia de otras especies. Cuando no podemos decir surge la violencia y la barbarie en todo su esplendor.
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