El diálogo y el acercamiento con los
hijos debe generarse desde la más tierna infancia. Es imposible
pretender formar un vínculo cuando ya han llegado a la adolescencia
porque nos preocupan las cosas que deben enfrentar. Debemos
prepararnos y prepararlos con anticipación para su salida al mundo.
Cuando nos comunicamos con los chicos
estamos educando, transmitiendo valores, previniendo, informando y
también los estamos cuidando y conociendo. Al mismo tiempo, es una
forma maravillosa de demostrarles amor e interés, lo cual constituye
el pilar fundamental para que tengan una buena autoestima.
Debemos saber cómo piensan, qué
sienten, qué esperan, a qué le temen. Con este conocimiento podemos
detectar mejor la aparición de conductas que no se adecuen a la
personalidad del chico/a, del momento o de la situación. El
adolescente tiene vivencias fuertes y conflictivas. Por ese motivo
pueden aparecer momentos de tristeza, inseguridad, enojo, baja
autoestima, apatía, etc. Pero hay que poder diferenciarlos de
estados que se cronifican y van sumiendo al adolescente en un proceso
patológico.
Para ejemplificar:
Durante la adolescencia, el grupo
de pares y/o los grupos de pertenencia tienen una importancia
fundamental en la construcción psíquica en general y en la
identidad en particular. Hay chicos más extrovertidos y sociables
que otros. Pero, más allá de los matices y las diferentes
personalidades, un chico sin amigos, aislado, que no interactúa o
comparte con otros es un indicador que nos debe preocupar.El proceso de la adolescencia implica un pasaje de la mente/cuerpo del niño a lo que será la mente/cuerpo del adulto joven. Durante ese tránsito es lógico que haya fluctuaciones de los estados de ánimo (porque se está produciendo el duelo por la niñez que queda atrás). Pero si los estados se cronifican y perduran puede estar instalándose una depresión.
Los profesionales especializados pueden
asesorar y guiar a los padres en el proceso de acompañar a sus hijos
en el crecimiento.
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