Elisa tiene 40 años y
continúa intentando desovillar la madeja que es su vida.
Teme a la locura y a la
muerte y no es por casualidad. Ha perdido la cuenta de los suicidas y
los locos que la precedieron. ¿Cómo despojarse de ese ADN que la hace
situarse, sin querer, al borde del precipicio (aunque más no sea
para observar)?.
Recuerda con bronca, dolor
e impotencia. Su cuerpo y su mente conservan las cicatrices de esa
infancia dolorosa y traumática. De esa adolescencia sufrida.
Injusto, siempre injusto.
Pero ha podido desandar el
camino; verle la cara a sus fantasmas del pasado y regresar
fortalecida por el conocimiento de su historia. Teme, claro que teme.
Como todos. Pero se ha entrenado para hacerle frente al miedo. Hija de la
pobreza, la perversión y la locura se forjó un presente distinto.
Elisa tiene una historia.
Ese pasado calado en los huesos que no puede evitar que, a veces,
brote. Aunque sólo sea para recordarle que vivió. Sufrió y aún
así salió. Creció, amó, aprendió y construyó algo diferente.