Si dejamos
de lado la insistencia socio-culturar de mirar con el seño fruncido todo lo que
quede ligado al dolor o la depresión, podemos comprender que la nostalgia es
uno más de los tantos sentimientos comunes a todos los seres humanos. Uno más
en la paleta de colores con que todos deberíamos pintarnos.
Partamos de
la base de que nostalgia no es melancolía ni depresión, como ya dije.
Cada
persona “vivirá” este sentimiento según sea su estructura lo que hará que, como
todo sentimiento, sea totalmente personal-individual, como así también, su
forma, manifestación, intensidad, duración, etc.
Podemos
sentir nostalgia por personas, cosas o situaciones que nos han dado placer o
que asociamos con circunstancias placenteras, que nos han hecho sentir felices
o protegidos o valorados o queridos.
El desafío
está en hacer de ese rememorar un hecho productivo que no nos ancle en
un pasado idealizado. Corremos el riesgo de quedar paralizados en un pasado
continuo que nos impida conectarnos con el aquí y ahora y, por lo tanto,
impidiendo que encontremos y nos vinculemos con los momentos
placenteros-felices del presente.
Debemos
poder aceptar las ausencias. Aquello (personas-situaciones-cosas) que ya no
está en la realidad (en el presente), está adentro nuestro y puede
fortalecernos. Nuestro pasado nos hace ser quienes somos en el presente. Los
afectos no se pueden reemplazar pero existe la posibilidad de crear afectos
nuevos, distintos, especiales, acordes a nuestro momento vital.
Muchas
personas también pueden tener nostalgia por lo que no pudieron conseguir, porque
generaron expectativas desmedidas sobre el futuro.
Reinventémonos,
utilizando nuestras experiencias. Proyectemos, busquemos nuestros motores de
vida y alegría, armemos redes sociales que nos vinculen y no nos aíslen. Vivamos
el hoy!