Otra gran
área, atravesada por esta naturalización-idealización de los deseos ajenos, es
la maternidad-paternidad.
Resulta que
alguien (vaya a saber cuándo y por qué… aunque lo de “multiplicaos” ya está en La Biblia…) determinó que no
hay nada más maravilloso que tener un hijo. Esto quedó establecido y todo
indica que hay poco margen para que sea discutido.
Una pareja
se casa o comienza a convivir y, a poco de andar, empiezan las preguntas: ¿para
cuándo?, ¿están buscando?. Si pasa el tiempo y no hay noticias la cuestión vira
hacia la pena: “pobres, no deben poder”, “alguno o ambos tendrá un problema”.
Se da, fácilmente, por seguro que alguna imposibilidad hay.
¿Ya saben a
dónde quiero llegar, verdad? Parece que es imposible que alguien pueda simplemente
no querer tener un hijo. Claro! Son tantas las bondades de tenerlos, es tan
maravilloso!. Y atención que no digo que no lo sea…para algunos pero…
¿debe serlo para todos?
Aunque
individualmente podamos acordar que no es obligatorio reproducirse, el mandato
social dice otra cosa. Dice que no querer tener hijos es, por lo menos, raro
(siendo generosos!).
¿Pueden ver
como esto social repercute en lo individual? ¿Pueden imaginarse el dilema que
para muchos (principalmente para las mujeres) puede representar conectarse con
el no deseo de un hijo cuando todo dice que debería desearlo y que,
inclusive, es una cuestión de instinto?
Nuevamente,
estamos frente a la trampa perversa que nos somete, sin que nos demos cuenta.
Nos acecha en cada rincón, bañada en el dorado de la idealización-idolatría en
donde ya está determinado todo: lo bueno y lo malo, lo deseable, lo esperable,
lo que nos hará felices.
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