De golpe,
ese pequeño retoño al que acunamos tiernamente se transforma en un ser que nos
cuesta reconocer. Nos llena de miedo, de desconcierto…
En un texto
de 1919, “Lo Siniestro”, Freud nos introduce en este concepto que me parece que
es interesante para pensar el momento vital al que nos referimos: “Lo
siniestro se da frecuentemente y fácilmente, cuando se desvanece el límite
entre la fantasía y la realidad; cuando lo que habíamos tenido por fantástico
aparece ante nosotros como real, cuando un símbolo asume el lugar y la
importancia de lo simbolizado.” Es decir que algo, que pudo o no ser
fantaseado, irrumpe en lo real. Lo familiar, se vuelve extraño.
Esto podemos postularlo para lo que se genera en los adultos
que interactúan con un adolescente pero debemos pensar que a los adolescentes
les ocurre algo similar, desde otro lugar: EN ELLOS MISMOS, CON ELLOS
MISMOS!!!!
Dimensionemos
lo que es transitar la adolescencia:
El niño/a
es empujado, en la pubertad, a un mundo otro, extraño, ajeno, que muchas veces
asusta, angustia, preocupa.
- En ese nuevo mundo, él ya no es él. Es un otro con el que
se tiene que encontrar-reconocer (y esto no siempre es fácil). Construcción de
una identidad adolescente y luego adulta.
- Comienza a modificarse su cuerpo. Los cambios biológicos
tienen un fuerte impacto. La imagen corporal debe ser redefinida. Empiezan a
sobrar y/o a faltar “cosas”.
- Hay una presión hormonal-psicológica pero también social
al encuentro con el otro sexo. La posibilidad de un encuentro sexual pasa a
tomar un lugar primordial en la escena (tan deseado como temido).
El adolescente necesita con urgencia poder encontrar ese
nuevo lugar, poder establecer una identificación, sentir que tiene el control
de su cuerpo, de sus deseos, de sus vínculos. Hasta tanto no se consolida, todo
es confuso y doloroso. ¡Son tantos los duelos que tiene que hacer de lo que ya
no es!
Esto es sólo un esbozo de la problemática a la que los
adolescentes deben hacer frente.
Todos transitamos esta etapa pero eso no nos impide,
igualmente, sentirnos perturbados frente a esos “jóvenes monstruos”. ¿Será que,
cual espejo, nos reflejan/recuerdan nuestro propio horror?.
Nos mueven la estantería porque también nosotros tenemos que
hacer un duelo: Nuestros hijos ya no son niños a quienes podamos acunar.
Son otros diferentes (a nosotros y a lo que ellos mismos
fueron). Tan familiares como extraños.